La
preexistencia de Cristo - Juan 8:48-59
Introducción
Los judíos habían llegado a tal punto de endurecimiento espiritual que ya no eran capaces ni de escuchar la palabra de Jesús (Jn 8:43,47). Esto era especialmente grave, porque como ahora les iba a decir, es el que guarda su palabra quien no verá muerte (Jn 8:51). Esta fue una de las más grandes promesas que Jesús hizo y que tendremos ocasión de considerar en este estudio.
(Jn 8:48-59) "Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No
decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio? Respondió
Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.
Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga. De cierto, de cierto
os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. Entonces los judíos
le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas;
y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte. ¿Eres tú acaso
mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron!
¿Quién te haces a ti mismo? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi
gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es
vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que
no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su
palabra. Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y
se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has
visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que
Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús
se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se
fue."
"¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes
demonio?"
En el pasaje anterior Jesús había dicho a aquellos judíos que en sentido
espiritual no eran hijos de Abraham ni de Dios, sino que su verdadero padre era
el diablo. Esto les había herido profundamente y reaccionaron montando en cólera
contra el Señor. No podían permitir que él no reconociera los especiales
privilegios espirituales que ellos creían tener por ser descendientes de
Abraham. Pero los argumentos empleados por el Señor eran incontrovertibles y
sus oponentes habían quedado reducidos al silencio.
"Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre"
Es curioso que el Señor no se defendió de la acusación de ser
samaritano. En realidad, esto no era necesario, porque ellos mismos sabían que
era mentira y algunas cosas es mejor ignorarlas. Pero quizá fue también porque
los samaritanos le habían acogido y muchos habían creído en él (Jn 4:40-41).
En cualquier caso, con una incomprensible paciencia y misericordia, el
Señor sí que negó el hecho de que estuviera endemoniado. Su argumento fue que
si él estuviera gobernado por un espíritu inmundo, entonces no honraría a su
Padre, porque los demonios son incapaces de honrar a Dios. Y Cristo honró al
Padre como ningún ser humano ha podido hacerlo nunca. Eran ellos quienes le
deshonraban al insultar a su Hijo: "El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que le envió" (Jn 5:23).
"Yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga"
Cristo era el verdadero mensajero del cielo y por lo tanto no buscaba su
propia gloria, sino la de Aquel que le había enviado, y por eso, mientras duró
su ministerio terrenal, veló su gloria divina por la encarnación. Sólo en una
ocasión él se transfiguró delante de tres de sus discípulos y ellos pudieron
ver algo de esta gloria (2 P 1:16-18), pero esto fue algo excepcional, sin que
a lo largo de todo su ministerio se percibiera en él la más pequeña sombra de
ambición personal. Su pasión suprema era la de glorificar a su Padre celestial.
Incluso, cuando más tarde pidió ser glorificado, era con la finalidad de que el
Padre recibiera gloria: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a
tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17:1). Y
cuando pasaba por los momentos de mayor sufrimiento, su pensamiento seguía
siendo el mismo: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta
hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre"
(Jn 12:27-28).
"Hay quien la busca y juzga"
Cuando nuestra preocupación sea la gloria de Dios y no la nuestra,
tampoco nos importarán demasiado los insultos y menosprecios de los hombres
hacia nosotros. Al fin y al cabo, si sufrimos injustamente por la causa del
reino de Dios, será Él mismo quien nos vindicará. Esto es lo que dijo el Señor
Jesús a aquellos judíos que le menospreciaban. Sería su Padre quien se
encargaría de buscar su gloria y juzgar a aquellos que le insultaban. Porque,
por supuesto, era muy grave despreciar de ese modo al Hijo de Dios.
"Abraham murió y los profetas; y tu dices: El que guarda mi palabra
nunca sufrirá muerte"
Los judíos interpretaron la expresión "nunca verá muerte" como refiriéndose a la muerte física. Pero
el Señor no estaba diciendo que sus discípulos no morirían jamás. El se refería
a la segunda muerte, la condenación eterna en el infierno junto al diablo y sus
ángeles.
(Ap 2:11) "... El que venciere no sufrirá daño de la segunda
muerte."
De hecho, el verdadero creyente ya ha pasado de muerte a vida:
"Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada
es"
Ya lo decía el proverbio: "Buscar la propia gloria no es gloria"
(Pr 25:27). Y el Señor había renunciado a cualquier enaltecimiento
propio o deseo de honor por parte de los hombres. Todo su interés se centraba
en dar la gloria a su Padre celestial sin preocuparse por él mismo. ¡Qué
ejemplo nos ha dejado para que sigamos sus pisadas! Desgraciadamente muchas
veces estamos más pendientes de que los demás nos admiren a nosotros mismos que
en redirigir las miradas hacia Dios para que admiren su gloria divina. Si
estuviéramos más interesados en buscar la gloria de Dios no nos harían tanto
daño el aplauso y la admiración humanas.
(Ap 5:12-13) Dice :"El
Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la
sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado
que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y
a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono,
y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos
de los siglos."
Pero habiendo dicho esto, es importante que digamos también que Jesús
era totalmente digno de recibir la gloria y la adoración de parte de los
hombres al igual que su Padre celestial:
Amen
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