domingo, 14 de marzo de 2021

La preexistencia de Cristo

 

La preexistencia de Cristo - Juan 8:48-59

Introducción

Los judíos habían llegado a tal punto de endurecimiento espiritual que ya no eran capaces ni de escuchar la palabra de Jesús (Jn 8:43,47). Esto era especialmente grave, porque como ahora les iba a decir, es el que guarda su palabra quien no verá muerte (Jn 8:51). Esta fue una de las más grandes promesas que Jesús hizo y que tendremos ocasión de considerar en este estudio.

(Jn 8:48-59) "Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio? Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis. Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga. De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. Entonces los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte. ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra. Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue."

"¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes demonio?"

En el pasaje anterior Jesús había dicho a aquellos judíos que en sentido espiritual no eran hijos de Abraham ni de Dios, sino que su verdadero padre era el diablo. Esto les había herido profundamente y reaccionaron montando en cólera contra el Señor. No podían permitir que él no reconociera los especiales privilegios espirituales que ellos creían tener por ser descendientes de Abraham. Pero los argumentos empleados por el Señor eran incontrovertibles y sus oponentes habían quedado reducidos al silencio.

"Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre"

Es curioso que el Señor no se defendió de la acusación de ser samaritano. En realidad, esto no era necesario, porque ellos mismos sabían que era mentira y algunas cosas es mejor ignorarlas. Pero quizá fue también porque los samaritanos le habían acogido y muchos habían creído en él (Jn 4:40-41).

En cualquier caso, con una incomprensible paciencia y misericordia, el Señor sí que negó el hecho de que estuviera endemoniado. Su argumento fue que si él estuviera gobernado por un espíritu inmundo, entonces no honraría a su Padre, porque los demonios son incapaces de honrar a Dios. Y Cristo honró al Padre como ningún ser humano ha podido hacerlo nunca. Eran ellos quienes le deshonraban al insultar a su Hijo: "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió" (Jn 5:23).

"Yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga"

Cristo era el verdadero mensajero del cielo y por lo tanto no buscaba su propia gloria, sino la de Aquel que le había enviado, y por eso, mientras duró su ministerio terrenal, veló su gloria divina por la encarnación. Sólo en una ocasión él se transfiguró delante de tres de sus discípulos y ellos pudieron ver algo de esta gloria (2 P 1:16-18), pero esto fue algo excepcional, sin que a lo largo de todo su ministerio se percibiera en él la más pequeña sombra de ambición personal. Su pasión suprema era la de glorificar a su Padre celestial. Incluso, cuando más tarde pidió ser glorificado, era con la finalidad de que el Padre recibiera gloria: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17:1). Y cuando pasaba por los momentos de mayor sufrimiento, su pensamiento seguía siendo el mismo: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12:27-28).

"Hay quien la busca y juzga"

Cuando nuestra preocupación sea la gloria de Dios y no la nuestra, tampoco nos importarán demasiado los insultos y menosprecios de los hombres hacia nosotros. Al fin y al cabo, si sufrimos injustamente por la causa del reino de Dios, será Él mismo quien nos vindicará. Esto es lo que dijo el Señor Jesús a aquellos judíos que le menospreciaban. Sería su Padre quien se encargaría de buscar su gloria y juzgar a aquellos que le insultaban. Porque, por supuesto, era muy grave despreciar de ese modo al Hijo de Dios.

"Abraham murió y los profetas; y tu dices: El que guarda mi palabra nunca sufrirá muerte"

Los judíos interpretaron la expresión "nunca verá muerte" como refiriéndose a la muerte física. Pero el Señor no estaba diciendo que sus discípulos no morirían jamás. El se refería a la segunda muerte, la condenación eterna en el infierno junto al diablo y sus ángeles.

(Ap 2:11) "... El que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte."

De hecho, el verdadero creyente ya ha pasado de muerte a vida:

 (Jn 5:24) "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida."

"Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es"

Ya lo decía el proverbio: "Buscar la propia gloria no es gloria" (Pr 25:27). Y el Señor había renunciado a cualquier enaltecimiento propio o deseo de honor por parte de los hombres. Todo su interés se centraba en dar la gloria a su Padre celestial sin preocuparse por él mismo. ¡Qué ejemplo nos ha dejado para que sigamos sus pisadas! Desgraciadamente muchas veces estamos más pendientes de que los demás nos admiren a nosotros mismos que en redirigir las miradas hacia Dios para que admiren su gloria divina. Si estuviéramos más interesados en buscar la gloria de Dios no nos harían tanto daño el aplauso y la admiración humanas.

 (Ap 5:12-13) Dice :"El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos."

Pero habiendo dicho esto, es importante que digamos también que Jesús era totalmente digno de recibir la gloria y la adoración de parte de los hombres al igual que su Padre celestial:

Amen

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