El Futuro
Filipenses 3:17-21
Lo que nos dice La ley del karma tiene trampa. Los hindúes usan esta
palabra sánscrita para hablar de una energía trascendente que se deriva de los
actos de las personas. La enseñanza es que cada reencarnación está condicionada
por los actos realizados en vidas anteriores, de modo que karma es una ley
cósmica de retribución, de causa y efecto. Tus sufrimientos en esta vida pueden
atribuirse a tus fallos en una vida anterior.
El problema es que confiar en un destino ciego exime de toda
responsabilidad en el presente. Si todo lo que ocurre estaba escrito, entonces
pase lo que pase, aquello tenía que ser. Tus impertinencias, tus infidelidades
y tus agresiones de hoy no tienen culpa: estaba escrito. Tenía que ser así. Si
el horóscopo de la revista ha puesto que hoy tendrás un enfrentamiento con
alguien y después una reconciliación, entonces es lo que tiene que ocurrir. No
importa el hecho objetivo de que las estrellas no influyan para nada en los
sucesos de la vida, así está escrito. No depende de tu buen comportamiento o
tus travesuras éticas, es el destino. Nadie queda culpable de nada.
Sin embargo, lo del karma tiene un lado más oscuro. Al proponer que el
sufrimiento es secuela de una vida anterior, quiere decir que las víctimas de
cualquier tipo de crimen - robo, violación, secuestro, homicidio - son los
culpables de ello, porque la desgracia se explica por el comportamiento
deficiente en una vida previa. El ladrón o el asesino no tiene la culpa, sólo
ha puesto pies y manos a lo que el destino tenía para ti. Si sufres, eres el
único culpable y ningún otro.
Filipenses 3:17-21
“Amados hermanos, tomen mi vida como modelo y aprendan de los que siguen
nuestro ejemplo. Pues ya les dije varias veces y ahora se los repito de nuevo
con lágrimas en los ojos: hay muchos cuya conducta demuestra que son verdaderos
enemigos de la cruz de Cristo. Van camino a la destrucción. Su dios es su
propio apetito, se jactan de cosas vergonzosas y solo piensan en esta vida
terrenal. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el Señor
Jesucristo; y esperamos con mucho anhelo que él regrese como nuestro Salvador.
Él tomará nuestro débil cuerpo mortal y lo transformará en un cuerpo glorioso,
igual al de él. Lo hará valiéndose del mismo poder con el que pondrá todas las
cosas bajo su dominio.”
La visión bíblica de la historia es muy distinta. La historia no se concibe
como una serie de ciclos impersonales que se repiten inexorablemente: mueren
los viejos, nacen los nuevos, y todo sigue igual. El rey ha muerto, viva el
rey. La Palabra de Dios plantea la historia como el despliegue por etapas de un
plan eterno. El dibujante del plan es un Dios sabio, poderoso y bondadoso. El
plan tiene un comienzo y un fin, y el día a día de ello está en manos del
Arquitecto y Constructor. Al mismo tiempo cuenta con las decisiones libres de
las voluntades autónomas de criaturas inteligentes. El es soberano, las
personas son libres, y de alguna manera Dios incluye su libertad en su plan
eterno.
La Biblia dice que Jesucristo es el Cordero inmolado desde antes de la
fundación del mundo (Ap 13:8). Dios había previsto la muerte de su Hijo en la
cruz, pero Judas libremente decide entregar a Jesús, los sacerdotes a
condenarle y los romanos a ejecutarle. Todos los actores en el drama de la pasión
toman sus decisiones libremente, pero de alguna manera Dios estaba supervisando
todo para que todo cumpliera su voluntad perfectamente: "A éste, entregado por el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis
por manos de inicuos, crucificándole" (Hch 2:23).
He aquí la belleza del planteamiento bíblico. La Palabra de Dios asegura
que sí, el mundo tal y como lo conocemos llegará a su fin. Dios actuará de
forma decisiva para acabar con todo mal: el pecado, el sufrimiento, las guerras
y la mismísima muerte. Intervendrá directamente como nunca ha hecho desde los
días del diluvio de Noé, mandando juicios escalonados en el tiempo final, con
la intención de dar tiempo a todas las personas que quisieran volver a Dios,
para luego venir él en la persona del Señor Jesucristo. Cristo volverá al mismo
escenario donde una vez fue rechazado y personalmente barrerá todo mal del
planeta para establecer un nuevo orden de las cosas. Serán cielos nuevos y
tierra nueva, donde morará la justicia y la paz. Será una auténtica edad de
oro, un mundo idílico sin ninguna sombra que pudiera empañar la felicidad de
todos los que lleguen a ello.
Un componente clave de la vida cristiana es la esperanza del regreso de
Jesús. La Biblia describe el cristiano como una persona que está esperando el
retorno de su Salvador: "aparecerá por segunda vez, sin relación con el
pecado, para salvar a los que le esperan" (He 9:28). Los cristianos son
los que "se han convertido de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo
y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1 Ts 1:9-10). Es lo que
la Palabra llama la "esperanza bienaventurada" (Tit 2:13).
La visión cristiana del futuro abarca dos aspectos: el fin de tu mundo
particular, lo que los teólogos llaman la "escatología
personal", y el fin del mundo en general, o "escatología general". En los dos casos, la información bíblica
aporta un consuelo enorme. La certeza del desenlace es para el creyente una
esperanza bienaventurada.
Francis Suarez
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