sábado, 20 de febrero de 2021

Dios quiere formar el carácter de Cristo en nosotros (2 Pedro 1:1-5)

 

Dios quiere formar el carácter de Cristo en nosotros (2 Pedro 1:1-5)



Introducción

Leyendo estos capítulos de Mateo no nos queda ninguna duda de que Dios tiene grandes expectativas en cuanto a nosotros: "Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mt 5:48). Sólo de esta manera nuestro servicio para el Señor será aceptable y eficaz.

Sólo así tendremos "una amplia y generosa entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 1:11).

Con todo esto en nuestras mentes, regresamos nuevamente a la segunda epístola de Pedro, y veremos que allí nos encontramos con la misma cuestión. Lo que él nos va a decir es que si un día vamos a compartir con el Señor la administración de su glorioso Reino, tendremos que aprender a hacerlo ahora en este mundo por medio del desarrollo de un carácter maduro, espiritual y auténticamente cristiano; el mismo carácter de Cristo.

¿Por qué tengo yo que ser como Cristo?

La respuesta la encontramos en (2 P 1:4): "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina".

Puede que alguien piense que esto ya se cumplió en nosotros el día en que nos convertimos y nacimos de nuevo. Como el mismo apóstol Pedro diría en (1 P 1:23): "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre".

¿Qué posibilidades tengo yo de llegar a ser como Cristo?

Cuando nos enfrentamos con la altísima vocación a la que Dios nos ha llamado, y reflexionando en todo lo que implica, es fácil llegar a pensar que eso no es para nosotros: "Tal vez sí lo sea para alguien como el apóstol Pedro o para los otros apóstoles, pero no para mí.

¿Con qué recursos puedo contar para alcanzar este propósito?

La respuesta la encontramos en (2 P 1:3-4). Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad "nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina".

Cuando nacemos de nuevo llegamos a tener en nosotros la misma vida y naturaleza de Dios, una vida llena de vigor y posibilidades. Por lo tanto, potencialmente tenemos todo lo que necesitamos para que se vaya desarrollando y formando en nosotros su mismo carácter, y de ese modo lleguemos a ser hijos maduros y competentes para enfrentarnos con la alta vocación a la que hemos sido llamados (2 P 1:10).

 (Stg 2:5) La promesa de ser herederos del Reino.

(Ro 4:13,16) La promesa de ser herederos del mundo

(He 12:26-29) La promesa de un Reino inconmovible.

Todas estas promesas, y muchas más que encontramos en las Escrituras, nos han sido dadas para estimular nuestro espíritu y animarnos para hacer firme nuestra vocación y elección.

Por supuesto, Dios es fiel en cuanto a sus promesas, y podemos estar seguros de que él cumplirá su parte en todo lo que ha dicho, de otro modo, su propio carácter quedaría en entredicho, lo cual no es posible. Recordemos algunos textos que afirman esta verdad:

(Fil 1:6) "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo."

(Fil 2:13) "Dios es el que en vosotros produce el querer como el hacer, por su buena voluntad."

(Jn 14:13) "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré."

Ya tenemos a Dios y a nuestro Señor Jesucristo, lo que es absolutamente primordial, pero ahora es necesario también que nosotros tengamos una intimidad real y creciente con ellos, conociéndoles cada día mejor. Y esto no se puede quedar en la teoría; es necesario que llegue a ser una realidad viva en nuestras experiencias. (2 P 1:2) "Gracia y paz o sean multiplicadas en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús"

(2 P 1:3) Todo nos ha sido dado "mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia".

(2 P 1:8) "No os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo"

(2 P 3:18) "Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo"

Pablo deseaba por encima de todas las cosas conocer al Señor (Fil 3:8-14). Esta era la razón por la que había sido salvado. Por lo tanto, deseaba "asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo" (Fil 3:12).

Tal como el mismo Señor Jesucristo explicó, el propósito de la vida eterna es, en primer lugar, llevarnos a la presencia de Dios para que le conozcamos: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado" (Jn 17:3).

¿Cómo puedo yo crecer en el conocimiento de Dios?

Si mi crecimiento depende de que yo conozca cada vez más de Dios, ¿cómo puedo llegar a avanzar en esto?

La respuesta es que esto se produce por medio de una intimidad creciente con su Palabra. Este es un tema del que el apóstol Pedro trató en su primera epístola (1 P 1:23) (1 P 2:2) y del que vuelve a tratar nuevamente aquí (2 P 1:19-21).

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