El gran siervo
Josué y su obediencia a la Ley (Jos 1:1-11)
El libro de Josué nos relata la gran fe de este siervo de Dios y su entera obediencia a el. Leemos en:
(Jos
1:6) "Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por
heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos."
Reflexionemos
sobre estas palabras, porque están llenas de la misericordia y la gracia de
Dios. De la misma manera que Dios había dado al pueblo un caudillo, Moisés (bien que él no pudo introducirles en la tierra
prometida), ahora Dios les provee a Josué, que como recordaremos, es el
nombre "Jesús" en griego y significa "Salvador".
Este Josué iba a ser el que Dios usara para que el pueblo heredara finalmente
la tierra.
A
continuación vemos la insistencia de
Dios a Josué para que cumpliera la ley que había mandado por medio de Moisés.
Podemos verlo en:
(Jos
1:7-8) "Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer
conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni
a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que
emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y
de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él
está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá
bien."
Al
leer esas palabras no podemos dejar de pensar en nuestro bendito Señor
Jesucristo, porque nuestra salvación depende de su obediencia a Dios. Esta idea
aparece en un pasaje en el Nuevo Testamento que se encuentra en:
(He
5:7-10) "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas
con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a
causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación
para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según
el orden de Melquisedec."
El
mismo Hijo de Dios, quien podía dar órdenes a cualquiera de los ángeles,
incluyendo el más elevado arcángel, los cuales obedecerían inmediatamente su
mandato, no sólo se hizo humano, sino que aprendió la obediencia. Eso quiere
decir que aprendió lo que cuesta obedecer y, habiendo pagado con ello un precio
de sufrimiento muy alto, llegó a estar cualificado para ser autor de eterna
salvación para todos los que le obedecen.
¿Observamos
el énfasis de estos versículos en el tema de la obediencia? Primero dice que él
aprendió lo que era obedecer, y luego describe nuestra relación con él como
creyentes, como una relación de obediencia.
No
podemos escapar en este pasaje a la importancia de la obediencia y devoción del
Señor Jesucristo. Él vino para hacer la voluntad de Dios y, gracias a que la
cumplió plenamente, nosotros ahora hemos podido llegar a ser justificados
delante de Dios. Nuestra salvación, por lo tanto, depende de la obediencia de
Cristo. Y para comprender cuánto le costó esto a nuestro bendito Señor,
tendríamos que leer sus oraciones al Padre en Getsemaní. Y puesto que tal vez
Marcos enfatiza este hecho más que los otros evangelistas, leamos:
(Mr
14:36) "Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta
de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú."
Fijémonos
en la expresión aramea que el Señor emplea "Abba"
y que Marcos traduce después por
"Padre". Ésta era la palabra con la que el niño llamaba a su
padre, pero debemos cuidar de no traducirlo como "papá" o "papaíto". Era una palabra con la que el Hijo
reconocía el amor del Padre hacia él y la intimidad de su relación, a la vez
que expresaba la dignidad del Padre.
Ahora
bien, escuchemos cómo oraba el Señor Jesucristo: Primero apela al amor del
Padre hacia él para que pase esa copa, y luego añade "todas las cosas son
posibles para ti", con lo cual está apelando a su poder. Y no
hemos de pensar que el Señor estaba actuando como un hipócrita, diciendo cosas
que realmente no sentía, porque el autor de Hebreos nos dice que oró "con
gran clamor y lágrimas". Y enseguida continúa su oración diciendo:
"mas no lo que yo quiero, sino lo que tú". A esto
precisamente se refiere el apóstol Pablo cuando dice en:
(Fil
2:8) "Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz."
Por
lo tanto, no debemos olvidar que nuestra salvación depende de la obediencia del
Señor, lo cual se expresa en una terminología sencilla pero teológica en:
(Ro
5:19) "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán
constituidos justos."
Es
un hecho que la desobediencia de un hombre en el huerto de Edén fue suficiente
para pervertir toda la raza humana y así constituir pecadores a muchos. Y quizá
alguien se queje por tener que sufrir como consecuencia de lo que otro hizo en
el pasado, pero Dios contestaría a tal persona que de la misma manera está a su
alcance la salvación gracias a lo que hizo uno, porque por la obediencia del
Señor Jesucristo, los muchos son constituidos justos.
Por
lo tanto, no deberíamos sorprendernos al volver a (He 5:9) y ver que nuestra
relación con nuestro Salvador es descrita como una relación de obediencia: "Y
habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos
los que le obedecen".
Igualmente
en la epístola a los Romanos, que desarrolla ampliamente los conceptos de
salvación y justificación por la fe sin las obras de la ley, encontramos esta
misma idea de salvación por la obediencia de la fe:
(Ro
16:25-26) "Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación
de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto
desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las
Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a
conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe."
El
mandato de Dios a la gente para que se arrepienta exige obediencia y, de la
misma manera que comenzamos la vida cristiana con la obediencia, así también
tenemos que continuarla.
Volviendo,
pues, de nuevo a Josué y viendo que Dios le dice que él sería quien
introduciría a su pueblo Israel en la herencia y que esto iba a depender de su
obediencia a la ley de Dios dada a Moisés, yo no puedo evitar pensar en otro
Josué, nuestro Señor Jesucristo, que fue hecho en todas las cosas semejante a
sus hermanos, excepto en el pecado, y por cuya obediencia hemos sido salvados y
por cuyo poder e intercesión somos invitados a tomar posesión de nuestra
herencia.
Finalmente,
encontramos la respuesta de fe de Josué. No le cabía ninguna duda de que el
pueblo entraría en la tierra prometida; Dios le había comisionado para hacerlo
y lo haría:
(Jos
1:10-11) "Y Josué mandó a los oficiales del pueblo, diciendo: Pasad por en
medio del campamento y mandad al pueblo, diciendo: Preparaos comida, porque
dentro de tres días pasaréis el Jordán para entrar a poseer la tierra que
Jehová vuestro Dios os da en posesión."
El destino final de todas las personas depende de si están alineadas con un buen Dios o se oponen a Él
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