Los frutos de la nueva vida
(2 Reyes 5:15-19)
Leamos esta cita :(2 R 5:15-19) "Y volvió al varón de Dios,
él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco
que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún
presente de tu siervo. Mas él dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que
no lo aceptaré. Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso.
Entonces Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la
carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará
holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. En esto
perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de
Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me
inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a tu
siervo. Y él le dijo: Ve en paz. Se fue, pues, y caminó como media legua de
tierra."
Como recién nacido salió Naamán
del Jordán. Y no sólo había dejado atrás sus prejuicios, sino también su
soberbia y orgullo. Humillado, ricamente obsequiado y profundamente feliz, pisó
la orilla del Jordán con una actitud completamente transformada y con nuevas
metas para su vida. Y junto con su compañía volvió por segunda vez al varón de
Dios. Tras su curación, su anhelo no fue volver a su patria Siria, sino volver
al hombre de Dios que le había mostrado el camino para su salvación.
Agradecimiento, un fruto de la
nueva vida
Al meditar sobre esta conmovedora
escena nuestros pensamientos vuelan a una historia del Nuevo Testamento donde
diez leprosos fueron sanados por nuestro Señor Jesucristo, después de obedecer
a su mandato (Lc 17:11-19). Pero sólo uno de los diez volvió para dar las
gracias a su Salvador y glorificar a Dios "a gran voz".
Más sorprendente todavía es el
hecho de que Naamán, tras su curación, fuera directamente y con un corazón
agradecido a la persona que le salvó, para glorificar al Dios de Israel, siendo
él un sirio que no pertenecía al pueblo de Dios.
Para él su nueva fe no era un
asunto privado, sino que lo impulsó a testificar abiertamente y sin recelos en
presencia de su compañía: "He aquí ahora conozco que no hay Dios
en toda la tierra, sino en Israel" (versículo 15).
No le interesaban las caras
asombradas y las posibles reacciones de sus soldados y siervos paganos, sino
que su corazón le impulsó al agradecimiento a la vista de todo el mundo. Con
toda naturalidad practicó lo que siglos más tarde escribiera el apóstol Pablo
en (Ro 10:10): "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación". Y por eso hoy por hoy nos dejó nuestro
Señor Jesús Cristo un regalo para mantenernos en comunión con él y mostrar
nuestro agradecimiento y fidelidad de conducta que es la Cena del Señor.
Recordemos hermanos que Dios nos creó
para buenas obras, y sobre todo como dice la escritura “ Así que entonces, hagamos bien
a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la
fe. (Gálatas 6:10).
Amen,
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